Por varias décadas, el mito que asocia las vacunas con el autismo es uno de los engaños más persistentes en el ámbito de la salud pública, a pesar de haber sido desacreditado científicamente en múltiples ocasiones. Este falso vínculo, que surgió en 1998 a raíz de un estudio fraudulento, ha resurgido con fuerza recientemente en redes sociales y aplicaciones de mensajería, coincidiendo con campañas de vacunación como la de la bronquiolitis.
Este tipo de desinformación no solo desacelera los esfuerzos de inmunización, sino que también agrava el estigma en torno al autismo, afectando tanto a quienes viven con este trastorno como a sus familias.
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El origen de esta investigación se remonta a la investigación del médico británico Andrew Wakefield, quien publicó en la revista médica The Lancet un estudio sobre doce niños en el que afirmaba que la vacuna triple vírica (sarampión, rubeola y parotiditis) provocaba autismo. Aunque el estudio fue desmentido y retirado en 2010, y Wakefield perdió su licencia médica por mala práctica, el impacto social de sus afirmaciones aún persiste.
¿Qué dice la evidencia científica?
La evidencia científica es clara: estudios a gran escala han demostrado que no existe ninguna relación entre las vacunas y el autismo. En 2002, la Organización Mundial de la Salud (OMS) realizó una revisión exhaustiva de estudios que concluyó que no hay pruebas que respalden el vínculo entre la vacuna MMR y el autismo.
Investigaciones posteriores han confirmado estos hallazgos: Por ejemplo, un estudio realizado en Dinamarca en 2019 con más de 650.000 niños concluyó que no había ningún aumento en el riesgo de desarrollar autismo entre los vacunados y no vacunados.
Este tipo de especulaciones falsas no solo afecta la salud pública al generar dudas sobre la seguridad de las vacunas, sino que también perpetúa ideas erróneas sobre el autismo. Según María Verde, psicóloga de la Confederación Autismo España, estas creencias falsas contribuyen a la estigmatización del autismo al presentarlo como una consecuencia negativa que podría evitarse, en lugar de un trastorno que debe ser comprendido y apoyado. Además, esta desinformación vulnera a las familias, muchas veces inducidas a buscar «curas» o tratamientos milagrosos sin respaldo científico, lo que incrementa el riesgo de caer en fraudes o intervenciones peligrosas.
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Expertos en salud, como Antonio Forcada, presidente de la Asociación Española de Enfermería y Vacunas, advierten que la proliferación de bulos puede interferir en las campañas de vacunación, especialmente en un contexto como el actual, con la vacunación de la gripe y la COVID-19 en marcha.
Forcada recalca que la comunicación clara por parte del personal sanitario es crucial para combatir la desinformación y aumentar las tasas de vacunación, ya que los mensajes directos de los profesionales de la salud tienen un impacto más significativo que las campañas genéricas.